Aún veo agosto de la misma manera en que lo veía cuando tenía 11 años y mi mamá trataba de levantarme temprano la última semana de vacaciones para que me fuera acostumbrando al cambio de horario.
Quizás es porque, al ser maestra, todavía me rijo por el calendario escolar: julio equivale a hacer lo que me dé la gana. Levantarme “tarde” (que ahora significa a las 8 de la mañana, en vez de al mediodía), reconectar con mis hobbies y viajar.
Agosto, en cambio, es un lloriparti de reajustar mi horario y convertirme en una verdadera morning person que se levanta antes de que salga el sol. Es un jet lag en el cuerpo donde extraño mi horario veraniego.
Dos semanas antes de comenzar, me entra una ansiedad increíble por todo lo que no hice en ese mes “libre”. Me quedo hasta tarde viendo series, escribiendo o, de repente, compro un pasaje para un viaje que financieramente no tiene sentido. Este año, por ejemplo, me fui a Nueva York por una sola noche para ver el show de Stephen Colbert… en solidaridad, porque el show se canceló y no quería perder la oportunidad de verlo en vivo. Irónicamente, decidí ir un día antes de que lo anunciaran, pero con el mismo tema de siempre: ese feeling que llega cuando creemos que el tiempo se nos está acabando justo cuando empezábamos a acostumbrarnos a esta vida más ligera.
Ese feeling lo conozco bien. Es la misma sensación que me llevó a tomar un año sabático en 2019. Durante años supe que había más, pero el burnout de ser maestra (y luego el burnout de querer hacer en verano todo lo que no podía hacer durante el año) me llevaban a ese deseo de algo más. La certeza de que había algo distinto esperándome, si me lo permitía.
Una semana antes del regreso oficial, me obligo a salir de la cama a las 7:00 a.m., aunque haya dormido poco, tal como me obligaba mami. Sé que, eventualmente, el cuerpo me va a exigir acostarme temprano y, poco a poco, me voy acostumbrando.
Y respiro.
Medito.
Bebo café, para que las teclas de la computadora se muevan por primera vez en todo el mes más rápido que mis pensamientos. He postergado mucho.
Respiro una vez.
Respiro dos veces.
Respiro tres veces.
Porque si me pongo a pensarlo demasiado, ni me levanto. Porque regresar a la rutina, incluso para quienes la enseñamos o acompañamos, también cuesta. Y está bien.
Se trata de hacerlo con calma. De aceptar que no siempre es fácil. De construir esas rutinas paso a paso, de la forma que realmente nos funcione.
¿Cómo vives tú este regreso a la rutina?
¿Eres de las que planifica todo con semanas de antelación o de las que, como yo, estira el verano hasta el último minuto posible?
Cuéntame qué pequeños rituales, hábitos o trucos te ayudan a cerrar el verano y aterrizar de nuevo en tu día a día.
Tal vez tu forma de hacerlo le sirva de inspiración a alguien más que, justo ahora, también está intentando encontrar su ritmo.
Sé que me ayudaría a mí…
Bueno, ahora eres un morning person o no? 🙃
Me recuerdo cuando me enseñaste de ese quiz que te ayuda a decifrar si lo eres o no y me validó aceptar que no lo tengo que ser pq otros digan que lo debo ser para ser más productiva.