En la esencia de todo lo que hago está mi propósito de enseñar. Soy educadora en tantos aspectos y rara vez combino estos mundos. En mi comunidad de Instagram casi siempre muestro la parte del coaching y del breathwork, pero aquí quiero unirlos, porque veo cuánto se entrelazan y no quiero comenzar este espacio compartimentalizándome.
He pasado años trabajando con estudiantes de todos los contextos posibles: desde comunidades inmigrantes donde los padres sostenían tres trabajos, hasta colegios de élite donde niños de segundo grado celebraban cumpleaños con conciertos privados de One Direction en sus patios.
Ser maestra siempre ha significado mucho más que enseñar materias. En la última década, mis estudiantes han venido de familias privilegiadas, donde convertirse en líderes de su comunidad es casi la norma. Ya vienen de hogares de empresarios, doctores, políticos o dueños de negocios multigeneracionales. A diferencia de cuando empecé, cuando mi labor era enseñar a leer y escribir porque en casa no lo harían, hoy sé que estos niños aprenderán lo académico con o sin mi ayuda.
Así que mi verdadera labor va más allá. Claro que enseño materias, pero mi propósito es inspirar a mis estudiantes a ver más allá de lo que creen posible. A enseñarles a regular sus emociones, a creer en sí mismos, a liderar con compasión y empatía, y a entender que existe un mundo más allá de la burbuja en la que nacieron.
Y es aquí donde se entrelaza con mi trabajo como coach y facilitadora de breathwork.
Creo genuinamente que todos venimos con un propósito, y que en algún punto de la adultez lo olvidamos.
El breathwork nos recuerda. Nos saca somáticamente del piloto automático del día a día y nos devuelve al cuerpo, a la mente subconsciente, a esa versión de nosotras mismas que todavía cree que nuestros sueños —los nuestros, los verdaderos, los que vienen desde adentro— son posibles.
No es un camino fácil. Vivimos en una sociedad que confunde la felicidad cotidiana con la euforia pasajera de un momento especial, y nos vende esa intensidad como si fuera la norma. Además, nos ofrece todo tipo de distracciones para evitar el malestar. Así terminamos comparando nuestra vida “normal” con esas ilusiones, concluyendo que no somos suficientes y abandonando lo que vinimos a hacer.
La respiración nos devuelve a nosotros mismos. Nos regala un espacio seguro para sentarnos con la incomodidad y, desde ahí, tomar decisiones que nos regresen al camino que es verdaderamente nuestro. Porque para crecer, las versiones de nosotras que se conforman y se quedan pequeñas tienen que morir. Solo así podemos vivir en paz con la vida que construimos.
Hoy, en esta etapa de mi vida, mi labor como maestra me ha llevado por el mundo. Es un trabajo que amo profundamente porque me permite conectar con mis estudiantes de una manera más personal y verlos crecer año tras año. Al mismo tiempo, me da la estabilidad para sostener mi día a día mientras cultivo este otro espacio donde también puedo aportar a la comunidad a través de la respiración.
Y cuando lo pienso, todo se une. Los niños me recuerdan que nacemos con esos sueños intactos, y los adultos me recuerdan que siempre podemos volver a ellos. La enseñanza y el breathwork son caminos distintos, pero ambos me han mostrado lo mismo: que nunca es tarde para reconectar con lo que vinimos a hacer.